Justicia poética.

«A Springsteen, como a muchos, le fascina esa forma de ser de los donostiarras que acogen a las celebrities sin agobiarles. Me dice Juan Mari Arzak: "Tú paseas, te reconocen, te saludan, pero no se te echan encima". Donostia hace honor a su sobrenombre de La Perla del Cantábrico. Es cosmopolita, no desmedidamente grande y con una vida cultural extraordinaria. Nada que ver con el pueblecito de pescadores elegido por Isabel II para tomar baños de mar. Su primera visita fue por prescripción médica pero tanto le gustó que acabó convirtiéndola en destino de veraneo de la Casa Real y su abundante corte. Se iniciaba así una Belle Époque de la que dan buena cuenta sus señoriales edificios que hacen de La Bella Easo una de las ciudades más hermosas de la cornisa cantábrica. Cuando llegas al Paseo de La Concha te pasa un poco como con Broadway: la has visto tantas veces en la tele que te parece que ya has estado antes. No hay actor que venga al Festival de Cine, ni forastero de paso, que no se inmortalice acodado en su archifamosa barandilla. Según subo la pequeña escalinata de acceso al Hotel Maria Cristina sé que hubiera dado media vida por pisarla con su alfombra roja y toparme con una de las muchas estrellas del celuloide que se han alojado bajo su techo: Audrey Hepburn, Sofia Loren, Vittorio Gassman, Brad Pitt.... incluso Bette Davis durmió aquí diez días antes de su muerte. En realidad, el mayor tesoro de la ciudad son sus paisanos. ¡Nada que ver con el tópico del vasco cerrado! Increíble la paciencia que tienen para explicarte al detalle lo que llevan sus riquísimos pintxos, para guiarte en busca de una calle, un edificio o un restaurante. Tampoco les sobra cabezonería, pasión ni corazón. Porque tienen mucho de valientes, pero también esa sana bravuconería tan propia del norte. Siempre me han admirado esos bañistas aguerridos que, sí o sí, se bañan en La Concha aunque caigan chuzos de punta. Los hay, doy fe. Es la ciudad más deportista que conozco de todas las que he visitado. Bicicletas y corredores por doquier. Transmiten un modo de vida de tal manera y hay tantísimas cosas por hacer allí, que dan ganas de deshacer la maleta definitivamente allí.»
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