-
Por
favor-decía el anciano caballero-, sube a uno de los botes y sálvate.
-
No,
deja que me quede contigo. –le contestó su esposa.
Isidor Straus pensaba en la amarga
ironía de su testamento. En un párrafo especial insistía a la señora Straus
para que fuera ‘’un poco egoísta’’ , ‘’no pienses siempre únicamente en los
demás’’. A lo largo de los años se había sacrificado tanto, que la animaba
especialmente a que disfrutara de la vida cuando él ya no estuviese. Ahora, las
cualidades que tanto admiraba en ella demostraban que no se cumpliría su deseo.
Era el momento en que hasta los
recuerdos más insignificantes acudían a atormentar a las personas.

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