Cuantos estaban en la cubierta de botes también lo comprendieron. Se
acabaron las bromas y la indecisión. Lo cierto es que apenas quedaba tiempo
para despedirse.
El señor Turrell Cavendish no dijo nada a la señora Cavendish. Sólo
un beso, una mirada, otro beso… y se perdió entre la multitud.
-
Jamás creí tener necesidad de pedirte que obedecieras, pero ahora
debes hacerlo.
Ninguna persuasión o fuerza nada pudo hacer por la señora de Hudson
J. Allison, de Montreal. Algo apartados de los demás, se acurrucó junto a su
marido, con su hijita Lorraine agarrada a sus faldas.
La señora de Isidor Straus también se negó a ir.
-He estado siempre al lado de mi marido. ¿Por qué iba a dejarle
ahora?
Y era verdad que juntos habían recorrido un largo camino, y ahora resplandecía el
feliz ocaso que coronaba una vida de éxitos. Ella estaba decidida:
-Hemos vivido juntos muchos años. A donde tú vayas, iré yo.
Foto: ficción
Letras: realidad
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